Pena máxima

Fue el guión de una película cruda, de las que te deja mal cuerpo. Un penalti tonto en el último minuto. Riquelme, en líder, asume la responsabilidad. Lehmann se acerca, juega con los nervios del argentino. Román ya no levanta la cabeza. Besa al balón, lo mira fijamente y lo golpea con el interior. Lehmann lo intuye, la bola sale rebotada, Fernando Roig se arrodilla en el palco, mientras media España se echa las manos a la cabeza.
¡Qué tristeza más grande! Cuando el fútbol quiere ser cruel, lo es. Cuando quiere ser injusto, también. El Villarreal fue un digno finalista de la Champions, que cayó en semifinales. La historia no cree en los vencedores morales, yo sí. Jugó un partidazo con fe, ritmo, toque, llegada y le faltó la estocada. El Arsenal, después de tanto panegírico, fue ayer un equipo gris, timorato, nada inglés, que lleva diez partidos sin encajar un gol, sí, pero que pudo haberse llevado un carro de El Madrigal. Henry, como su equipo, estuvo desaparecido.
Soberbio partido de Guille Franco, moviéndose entre líneas; de Javi Venta, sorprendiendo desde el lateral. Excelente lección de Pellegrini a Wenger. Magnífico el sueño de un pueblo que pueda estar orgulloso de sus héroes. Mirarán a París, pensando -y con razón- que ellos deberían estar allí.
Y a mi, no se me va Román de la cabeza. Si el Villarreal llegó hasta allí fue por él. Tuvo la hombría y el liderazgo para no borrarse tampoco en el penalti. Gracias por invitarnos a vuestro sueño, al sueño de un pueblo de 45.000 habitantes, y por recordarnos, como decía Borges, que hay derrotas que tienen más dignidad que una victoria.