¡Grandísimo, Villarreal; grandísimo Riquelme!

Si tienes un sueño, persíguelo. Eso lo hizo ayer el Villarreal, con un hermoso canto al fútbol. Majestuoso Juan Román Riquelme, pidiendo siempre el balón, marcando el ritmo del partido y dejando destellos del supercrack mundial que es. Su tirazo lateral, con paradón de Toldo, memorable. Con una diferencia, la humildad que destila Román es conmovedora. Como la grandeza de Pellegrini, que se echa a un lado para que todas las loas sean para sus hombres, cuando él las merece como el que más.
Entendió el partido, maniató al Inter y a todas sus estrellas con un planteamiento sencillo, pero efectivo y todo salió a la perfección, como un cuento de hadas. Hubo hasta los malos: por encima de todos, Materazzi, impresentable en su codazo a Sorín. A un jugador habría que sancionarle por algo así, aunque el árbitro no lo haya pitado; Verón, que quiso resolver cuitas personales también con Sorín, al que acusa de cerrarle las puertas de la Selección argentina y Adriano, que no demostró ser el crack que se espera de él.
Este partido fue también un grito de los jugadores de club, como Arruabarrena, que ya entra en la historia del fútbol español con su gol de ayer y el que marcó en la eliminatoria anterior ante el Rangers. Todos estuvieron a un gran nivel. Marcos Senna, trabajando con Tacchinardi; la seriedad de Peña y Quique Álvarez, la velocidad de José Mari y Forlán. Todo funcionó bien.
El premio para toda una ciudad que podría llevarse sin problemas a sus 48.000 habitantes a la final de París. Para eso queda un paso, probablemente ante el Arsenal.
De momento, quedará en nuestra retina la hazaña, el hito. El fútbol sigue siendo de los futbolistas. Por eso, gracias Villarreal por tu exhibición y por ser un nuevo modelo para los clubes modestos de todo el mundo.