Tiene razón toda esta gente que dice que esta página ya tiene sólo sentido por los links. Esta mañana he hablado con Matallanas para comentarle que iba a cerrar el grifo de esta ducha. Luego me he encontrado con Javier Trinidad en la presentación de Arturo Baldasano y también se lo he dicho. "Por lo menos, despídete" han sido sus palabras. Me resisto a dejarlo, por lo que me voy a dar una última oportunidad. Voy a tener que desdoblar muchas cosas que tengo entre manos entre el Mundial y las elecciones, pero no quiero renunciar a este foro de amigos. Se lo prometí a los cracks del 'Tikitaka'. Por cierto, busco socios para mojarse en esta Ducha. Sé que ya quedarán muy pocos al otro lado, pero con uno me vale. Será un volver a empezar.La seductora 'chica de oro'Soy pequeña, muy pequeña, apenas mido 37 centímetros, pero todos me desean, me adoran. Soy un anhelo, un amor imposible para miles de millones de personas, pero mis seis kilos de peso (6,18 para que no digan que me quito kilos) contienen el elixir de la felicidad. Es una felicidad duradera, compartida, aspirada, respirada y sufrida. Durante un mes de verano se pelean por mi, pero luego mi compañía tiene un efecto contagioso. Un virus de alegría incomparable que dura toda la vida y se transmite de generación en generación.
Yo sólo asomo el último día, entre gentes con corbata que hablan muchos idiomas y que huelen a colonia y canapés. Me han dicho que se han gastado 540 millones en montarme esta fiesta. Pero mi felicidad es la otra, la del chico joven que viene, sudado, en pleno extásis, con un brazalete, que, junto a mi, da la mano al de la corbata, (presidente le llaman), me mira, se ríe nervioso, da una palmada al jefazo de su país, me abraza, me besa y me enseña al mundo, mientras el estadio se cae. Luego, me lleva de paseo con sus amigos y damos juntos una vuelta al campo, me pasan de mano en mano, me tocan, me sienten y yo les siento. Y me siento grande, grandísima porque, sólo junto a mi pasan a formar parte de la leyenda.. Aunque no me lo dicen, yo sé que les importo mucho más que los 19 millones de dólares que les dan por ganar. Soy la gloria bañada en oro.
Dicen que este verano -estaré en Alemania entre junio y julio- volverán a buscarme esos chicos de amarillo, tan simpáticos y que siempre juegan tan bonito, que llevan el fútbol en la sangre. Su religión es el gol . Son todos tan buenos. Ése que se ríe siempre cuando juega y que es hermano de mi buen amigo, el balón. Le trata como un rey. Creo que se llama Ronaldinho. Me gusta ese otro, que sólo tiene feo el nombre, Kaká, siempre con la cabeza alta, al que sólo le falta la pajarita para jugar y ese, tan fuerte, que el año pasado metió dos goles a Alemania el único día que me invitaron al palco en Japón, el tal Ronaldo.
Pero que no se fíen, porque hay otros que me quieren tanto como ellos. Los albicelestes, tan galanes, tan sutiles, que se traen a otro niño, Messi, para que me enamore de él. Le comparan con el hombre al que he visto hacer más y mejores cosas para estar cerca mía: el tal Diego Maradona. Ése sí es un genio irrepetible. Aunque no se ríe, me seduce la mirada triste de su otro genio: Riquelme.
Luego están esos conquistadores, zalameros y pillos de los italianos. Parece que no están, pero siempre hay que contar con ellos. Les sale un goleador como Rossi, Schilacci. Son guapísimos, altos y fuertes, Luca Toni o Gilardino y, sobre todo, muy ganadores.
No me puedo olvidar de los anfitriones, aunque últimamente andan de capa caída. Me río siempre que escucho esa frase: “el fútbol es un deporte donde juegan once contra once, y siempre gana Alemania”. Creo que la dijo un inglés, Gary Lineker, y me dicen que este año sus compatriotas traen un equipazo, con Terry, Gerrard, Lampard y ese tan guapo, que es el capitán. Soy la envidia de todas, porque él desea darme más un beso a mi que yo a él. Tampoco me importaría que un día me pasearan esos de ‘naranja’, que alguna vez se lo han merecido y siempre se han quedado con las ganas.
Lo voy a confesar: tengo un amor platónico. Esos que llaman ‘La Furia’. Son tan enamoradizos. Yo sé que algún día, cuando sean competitivos de verdad, vendrán a mi. No me importaría nada pasearme con ellos, porque me quieren y me necesitan: sólo el sueño de compartirme vertebra todo un país. Y no puedo negar que siento un cosquilleo cuando escucho ecos lejanos que dicen: “España, España”. Ojalá, en Alemania, mientras les tiembla el alma y se preparan para salir a la calle, me lo susurren al oído. Soy la Copa del Mundo, pero como todas tengo debilidades. Nos vemos en Berlín.